Mi próxima novela verá la luz en un mes aproximadamente, se llamará LA JINDAMA DE LAS HIENAS.
Os adelantamos el primer capitulo.
CAPITULO UNO.
La lluvia golpeaba los cristales del gran ventanal con
rabia. Había estado lloviendo durante toda la noche y ahora, a primera hora de
la mañana, no parecía que el tiempo fuese a mejorar.
Patricia miró desde la cama hacia la ventana, no usaba
cortinas ni tampoco persianas en la habitación, su habitación. Se había
enamorado de la estancia desde el primer día que había puesto los pies en esa
casa, el cuarto estaba orientado hacia el Palacio Real y desde su cama,
Patricia divisaba gran parte de Madrid desde un lugar privilegiado. Le gustaba
ver la ciudad así, desde la distancia, desde el silencio personal que ella
guardaba todos los días durante unos minutos.
El verano anterior había decidido cambiar la plaqueta
original que tenia el piso por una tarima que aportaba calidez a la vivienda. Los
pocos muebles que había comprado eran de color negro caoba, quería tener libertad
en su casa, no le gustaba agobiarse con espacios muy cargados de mobiliario
inservible y poco práctico. En un rincón de su habitación había colocado un
sillón de lectura con una pequeña librería donde se perdía cada vez que tenía
ocasión por diferentes mundos.
En las paredes de
toda la casa colgaban fotografías en blanco y negro que ella misma había hecho
durante los diferentes viajes que había realizado a lo largo de su vida. La
mayoría eran del Norte de España, Picos de Europa, Santander, Potes, Covadonga
y un sinfín de aldeas asturianas, antiguos caseríos vascos. Las fotografías de
los castillos y los campos verdes de su amada Escocia, estaban distribuidas
entre el hall de la entrada y el salón, Escocia era el único lugar fuera de
España que Patricia visitaba mínimo una vez al año. El resto del mundo carecía
de interés para ella. Desde que leyó sobre la vida del soldado escocés William
Wallace Patricia se había enamorado perdidamente de esta tierra y en cuanto
tuvo la oportunidad viajó hacía allí. Por aquel entonces contaría con unos 24
años, desde entonces el romance había perdurado en el tiempo.
En la pared
principal de su habitación había instalado una chimenea eléctrica con el fin de
aportar ese matiz hogareño que Patricia sabía de sobra que su casa carecía de él.
Aquella mañana se arropó un poco más con el gran edredón
blanco que había comprado unas semanas antes en unos grandes almacenes del
centro de Madrid, después en un acto completamente infantil, se tapó hasta la
cabeza y comenzó a llorar. Todavía resonaban en su cabeza los ecos del
encuentro que había tenido el día anterior con su viejo amigo Ramon. Aquella
tarde le había confesado como una pecadora hace ante su sacerdote de confianza
que estaba embarazada de Sebas y que no sabía que era lo que iba a hacer. Quería
correr, salir huyendo de todo. Quería refugiarse en los brazos de su padre. Esos
brazos fuertes que nunca la dejaban caer. Necesitaba ver sus ojos, esa mirada
de complicidad que los unía desde donde ella podía recordar.
Su memoria viajó entonces al pasado, a esos domingos en que
su padre entraba a la habitación y la despertaba a modo de sargento a voz en grito
diciendo: “¡ Vamos Patricia, levántate de una vez, es domingo y ayer dijiste
que querías ir a dar una vuelta por el rastro. Si tuviste cuerpo para salir por
ahí con tus amigos tienes que tener cuerpo y palabra para levantarte hoy y
venirte conmigo. Quien vale para una cosa vale para la otra. ¡Te lo he repetido
más de mil veces!”. Patricia se levantaba sin rechistar porque adoraba ir con
su padre a cualquier sitio que él la hubiera propuesto. Recordó entonces a su
madre en la cocina preparando el desayuno de los fines de semana donde se
esmeraba para que todo fuera perfecto. Su mesa bien puesta, aquellas tostadas
que podía oler en ese preciso instante, su zumo de naranja recién exprimido y
la sonrisa de su madre advirtiéndola: “ Te lo dije Patricia, sabes cómo es tu
padre. La palabra de una persona está por encima de todo, no tenías que haber
salido ayer hasta tan tarde , no nos gusta”, su madre era la voz de la
conciencia en esa casa sin duda alguna, era el pilar emocional y aunque
Patricia sabía de sobra que nunca sería como ella, eso no era obstáculo para
que la admirara desde lo más hondo de su ser aunque ahora que caía en la cuenta
no se lo había dicho en su vida, Patricia también sabía que detrás de esa
coraza que su madre se empeñaba en llevar se desvivía por su hija y su marido,
eran la razón de su existir.
Patricia no pudo o no quiso recordar más, le costaba
respirar, la boca se le iba secando y poniendo pastosa de tal forma que su
lengua parecía que estaba creciendo a pasos agigantados y que no tenía cabida
en su boca, parecía que era de corcho. Estaba teniendo un ataque de ansiedad en
toda regla. Sabía perfectamente cual era
el origen de todo. Intentó respirar, pero se ahogaba. El aire no llegaba a los
pulmones. Abrió la boca intentando que de esta forma la angustia perdiera
fuerza, pero no resultó tampoco. Se levantó tambaleándose hacia el baño. La
vista se le nublaba y la habitación empezaba a oscurecerse. Tenía que llegar al puto baño como fuera o ese
día terminaría en el tanatorio.
Abrió con gran esfuerzo la puerta y se apoyó con las dos
manos en la encimera del lavabo. Abrió el grifo del agua fría. Mientras el agua
corría por la tubería, Patricia se miró al espejo. Su cara reflejaba angustia y
miedo, - No te mueras todavía, tienes que arreglar muchas cosas antes de irte
de este mundo. No puedes dejar en la estacada a quien ahora te necesita. No
seas cobarde. Échale huevos, tranquilízate y tira hacia delante- más tranquila
y pudiendo respirar mejor aunque todavía con algo de dificultad, fue dejando
deslizar su espalda por el mueble del lavabo hasta que se quedó sentada con la
mirada perdida.
Cuando tuvo noción del tiempo se levantó con dificultad y
se encaminó hacía el salón. Por el camino se fue poniendo un jersey de cuello
vuelto y unos calcetines. Para estar por casa no necesitaba más ropa. Encendió
la calefacción y se dirigió al mueble principal. Abrió el departamento donde
tenía las bebidas, cogió una botella de whisky y un vaso. Se sentó en el sofá y
encendió el televisor. En la pequeña pantalla una actriz ya olvidada desde
hacia años, relataba como quería que fuese a ser su paso por un reality show
que empezaba en unos quince días. Patricia puso los ojos en blanco, todos esos
programas calificados como basura la sobrepasaban pero debía de reconocer que
en momentos de crisis existencial, y ese era uno de esos momentos, le venía
bien no pensar en nada y comprobar que había gente que estaba peor que ella.
En ese momento miró el vaso que tenía entre sus manos. Sabía
que beber en su estado como un cosaco no le iba a beneficiar en nada y
seguramente la mayoría de la sociedad la tacharía de inconsciente y loca, pero
sinceramente en ese momento le daba igual la sociedad, bueno ese punto le había dado igual siempre. Siempre
había vivido al margen de las modas y de opiniones de terceros, quizás tendría
que haber sido más comedida en sus actos y escuchar más a los demás. Ahora a
sus 46 años no entraba en sus planes cambiar ni de forma de ser, ni de actuar,
ni de vestir, aunque algunos pensaran que estaba fuera de lugar la mayoría de
las veces. Era consciente de las miradas lujuriosas que le lanzaban más de un
parroquiano cuando entraba en algún bar o cuando iba andando por la calle. La
estética de Patricia no pasaba desapercibida nunca, esa estética no era por
casualidad. Hacía mucho tiempo que había decidido ser así. Primero fue un acto
de rebeldía propio de la adolescencia, después siguió siendo un acto de
rebeldía propio de la edad adulta y de ser consciente de todas las injusticias
que existían a su alrededor. Sin duda era la oveja que se apartaba del rebaño
porque en la mayoría de las ocasiones no sabia a donde se dirigía ese rebaño y
en la otra gran parte de las veces sabía hacía donde se encaminaba el rebaño
pero no quería ir en esa dirección.
Fue entonces cuando su mente viajó de nuevo al pasado, se
acordó de Mario. Ese había sido su punto de inflexión sin duda. Recordó su risa
sin gracia, sus andares chulescos que tan poco la agradaban y su aliento en su
nuca. Esa noche que la acompañó a casa con la excusa de hablar con ella y
hacerla comprender que no era tan malo como ella pensaba, cuando Patricia le
plantó cara y le dijo todo lo que pensaba de él despertó sin ella saberlo, a la
bestia que estaba dormida en el cuerpo de aquel gañán, el bofetón retumbó en
toda la calle, pero mucho más en su interior, sus ojos se llenaron de lágrimas,
de rabia e impotencia. Como una cría de 16 años que era en aquel momento, salió
corriendo hacia su casa, al refugio de sus padres, pero cuando llegó al hogar
no les dijo nada de lo que había pasado. Ahora con el paso de los años sabía el
por qué de ese silencio, durante toda la noche estuvo planificando su venganza
y al día siguiente la ejecutó. Esperó pacientemente refugiada en la oscuridad
que la proporcionaba el portal donde vivía Mario a que él llegara y cuando vio
que se acercaba, se acurrucó en un rincón, su baja estatura y su menudez
hicieron que el chico no la viera hasta que no estuvo frente a ella. Por la
sonrisa que él esbozó en un primer momento Patricia comprendió que él se sentía
superior, seguro de si mismo, lo más común que pensara en esa situación es que
ella había ido hasta allí para pedirle perdón y quizás hasta tener un encuentro
sexual con él, su sonrisa se borró de su rostro cuando adivino las verdaderas
intenciones de ella al ver la llave inglesa en su mano.
Jamás Mario la
denunció. La versión oficial dada por sus padres y por el propio instituto fue
que un par de delincuentes comunes intentaron robar al chico y que este al
resistirse, recibió una paliza cuyas consecuencias fueron pérdida de varias
piezas dentales, rotura del tabique nasal y desprendimiento de retina del ojo
derecho con la consecuente perdida de visión que arrastraría durante el resto
de si vida. Patricia había actuado por ella misma sin ninguna duda, pero sabía
que más de una chica había sufrido los abusos de Mario, nunca supo por qué él
no fue a por ella cuando se recuperó, era lo que ella había esperado y para lo
que se preparó durante un tiempo. Después bajó la guardia al ver como él se
diluía en los recuerdos. Era consciente de que lo que había hecho no era lo
correcto, sabía que había tenido que denunciar y esperar a que la justicia
hubiera actuado, pero Patricia aunque se dedicaba desde hacía muchos años a la
investigación privada sabía que la justicia no era ni mucho menos justa en
muchas ocasiones y que fallaba más que acertaba. En aquel momento nadie la
hubiera creído y más de uno pensaría que
solo había sido un bofetón propio de un calentamiento entre adolescentes que
tenían las hormonas disparadas , nadie la hubiera escuchado , todo el
mundo hubiera quitado importancia al
asunto, más de uno pensaría que ella estaba exagerando y que en el fondo el
Treinta años después no estaba orgullosa de ello, ni mucho
menos, pero tampoco bajaba la cabeza por esos actos.
Después vinieron los tatuajes que la recorrían gran parte
de su cuerpo, los cueros y la ropa ajustada y un estilo de vida que seguía
llevando después de tantos años, no aprobado por muchos y cuestionado por casi
todos. Su pelo cobrizo hasta la cintura y sus labios siempre rojos junto con
sus ojos maquillados en tonos oscuros hacían que llamara la atención por donde
pasaba, todo eso le proporcionaba una seguridad que necesitaba en su día a día.
Cuando llegó a esa conclusión se estaba sirviendo el tercer
whisky.